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Las vergüenzas en educación al descubierto
Un día, de repente, el coronavirus pegó un portazo y cerró de golpe las puertas de los centros escolares. Profesorado y alumnado se vieron obligados a compartir tiempo y espacio fuera de las paredes de las aulas. Cada uno y cada una, entre las paredes de su propio hogar. Y se nos empezaron a descoser las costuras.
Vaya por delante que creo firmemente en la buena voluntad – magnífica en muchos casos – de profesorado, alumnado y centros educativos para acometer esta inesperada y nunca vivida experiencia de tener que recurrir a la e-formación, tele-educación o como quieran llamarlo. Por tanto, no hablamos de un problema de no querer, más bien de no poder, de no saber. Saber, un verbo con frecuencia mal tratado en educación.
Esta situación no ha ocurrido en los años 60. Ha pasado ahora, cuando los colegios comenzaron hace ya dos lustros sus proyectos de informatización de los centros y más de un lustro la digitalización de las aulas. No todos, es cierto, pero sí una inmensa mayoría. Por tanto, tampoco debería ser un problema de falta de recursos. ¿Qué ha pasado entonces?
Antes de que algún lector o lectora comience a levantar la ceja pensando que va a aguantar las historias o histerias de otro “iluminado” diré que, por mi profesión, desde el cierre de los centros trato diariamente con numeroso profesorado, ya que una de mis funciones es tratar de ayudarles a que “hagan lo que puedan” para que no se pare el contacto con el alumnado y la posibilidad de dar clase. O lo que sea.
Y reitero, actitud toda. Predisposición, total. Nada achacable al desinterés, lo que me congratula y me enorgullece. Pero …
El tiempo perdido
Hemos perdido mucho tiempo lamentándonos. De la sobrecarga de materia, de los bandazos de la administración, ahora trabajar por competencias, después Heziberri 2020 y su dichosa situación – problema. De repente, tratando de gobernar en el aula a 25 o 30 alumnos y alumnas con un dispositivo digital en sus manos. Todo problemas, pero …
Hemos perdido mucho el tiempo. Desde que el gobierno del presidente Zapatero puso en marcha el proyecto Escuela 2.0 – Eskola 2.0 aquí -, hemos ido cometiendo errores en cadena. Y digo hemos porque también me considero parte de la culpa.
Aquel Eskola 2.0 trajo los ordenadores a las aulas. De repente nos llenamos de dispositivos, de pizarras digitales, de puntos wifi. ¿Estábamos suficientemente formados para tal avalancha de tecnología? Pronto supimos con qué, pero ¿conocíamos el para qué?.
Unos años más tarde comenzó el despliegue masivo de los proyectos llamados 1×1, es decir, un ordenador o dispositivo digital de movilidad para cada alumno, bien en propiedad de la familia o del centro. Dimos un paso más en el salto tecnológico pero, a mi modesto entender, seguíamos sin reflexionar en el para qué.

Enseñar tecnología en lugar de ‘enseñar con tecnología’
Aunque el dichoso coronavirus nos retrotraiga a tiempos del cólera o la peste, estamos en pleno siglo XXI. Cada uno y cada una de nosotros hemos “digerido” perfectamente la tecnología en nuestra vida social, en nuestra forma de relacionarnos. Llevamos en los bolsillos un ordenador o teléfono inteligente con el que hemos aprendido a convivir. Y del que sabemos su utilidad, su para qué. ¿Por qué no es así en la escuela? ¿Por qué nos cuesta tanto?
Como diría mi madre, que era muy castiza, quizás hemos puesto el carro delante de los bueyes. Hemos creído o pretendido enseñar tecnología en lugar de enseñar con tecnología. No hemos reflexionado lo suficiente sobre el verdadero objetivo: cambiar los paradigmas de la metodología en el aula.
Cuando todos y todas seamos conscientes de que el viejo librillo del maestrillo ya no sirve, que la sociedad está demandando un tipo de ciudadanía que no sepa un oficio sino adaptarse a cualquiera, que el proceso de enseñanza – aprendizaje ya no puede centrarse en la sabiduría del docente y lo que sepa transmitir, sino en dotar de las competencias necesarias para que sean, de verdad, el centro de su propio proceso de aprendizaje, entonces, y sólo entonces, es posible que miremos la tecnología como una herramienta válida para trabajar muchos de estos aspectos.



Cuando el sol vuelva a brillar
Y entonces no tendremos miedo “a que la tecnología nos dé calambre” sino que la integraremos como una herramienta muy válida en el universo de la educación. Como la hemos integrado en nuestra vida fuera de las aulas.
Si después de este desolador panorama de calles vacías, comercios cerrados y orfandad de caricias, el sol vuelve a brillar y volvemos a los centros con otra mirada en la educación, este destierro en el hogar habrá merecido la pena.
Muchos y muchas docentes ya tienen esa mirada, pero necesitamos tenerla todos y todas. Y concienciarnos de que es posible. De que otra educación es posible.
Porque como decía mi refranera madre: «hijo, siempre que ha llovido ha terminado escampando.»
Javier Garcia de Vicuña. Experto en tecnología educativa.
Javi Vicu es experto en tecnología educativa y Director en Centros Digitales. Cuenta con más de 25 años de experiencia asesorando y acompañando a centros educativos.



Experto en tecnología educativa. Cuenta con más de 25 años de experiencia asesorando y acompañando a centros educativos.
Hemos creído o pretendido enseñar tecnología en lugar de enseñar con tecnología. No hemos reflexionado lo suficiente sobre el verdadero objetivo: cambiar los paradigmas de la metodología en el aula.