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Acabamos de empezar a sentir de manera insondable los efectos de una crisis que se mostró, con creciente virulencia, en el contexto de la salud pública. Pero que no ha tardado en invadir la vida de las personas y de todo el mundo en escenarios destacados de crisis social, económica y, claro, también personal.
Nuestra vida ha cambiado drásticamente, casi de la noche a la mañana, anegados por la sobreinformación e impactados por una interminable narrativa de conceptos epidemiológicos, datos y cifras que han terminado por inundar nuestros días. También nuestras noches. Y muchos de nuestros sueños. En forma de miedos y pesadillas. De sobresaltos y profundas incertidumbres.
Casi de un día para otro nos hemos visto, y sentido, confinados entre las cuatro paredes de nuestras casas, advertidos por las autoridades sanitarias de la responsabilidad que hemos de asumir como ciudadanos en una pandemia casi impensable para la sociedad que hemos construido.
La sociedad omnipotente
Una sociedad que se creía omnipotente, orgullosa, casi soberbia, de sus principio, valores y perspectivas. Poderosa, altiva y endiosada en su estilo, formas, normas y maneras.
Casi una apisonadora que reducía a la mínima expresión a aquellos que levantaban la voz por las injusticias que acarreaba, por la desigualdad y el arrinconamiento de los más desfavorecidos y vulnerables. Una sociedad asentada en el individualismo, en la competitividad insana, en el egoísmo mas grosero, indigno e indecente.
Incapaces de intuir que algo así podía llegar a superarnos y desbordarnos tan ampliamente, vivíamos en una suerte de experiencia vertiginosa e inquietante que hace ya tiempo había terminado por normalizar el arrinconamiento de la ternura, del afecto, de la amabilidad, del cariño, del respeto, de la solidaridad. Y también de la bondad. En su expresión más pura.
La solidaridad, el único arma frente al enemigo invisible
Metidos en estos fangos, casi hasta el cuello, acaba por germinar, como casi, siempre, el espíritu colectivo, el apoyo, la escucha y la solidaridad, como herramientas esenciales para luchar contra un fantasma que no sabemos aún durante cuánto tiempo nublará grotescamente nuestras vidas y cuántas vidas se verán profundamente tambaleadas y tumbadas.
Y cuántas vidas, terriblemente, acabará llevándose…

Metidos en este profundo estado de incertidumbre y zozobra, surgen las personas, los colectivos entregados, las iniciativas para ayudar al que más lo necesita, al que apenas tiene recursos para defenderse.
Primera linea de batalla
Surgen también los transportistas, las personas que se dedican a la limpieza. Y otros muchos que siguen para todos los demás. Los españoles luchando contra las pandemias…
Surgen, claro, el fantástico e incombustible colectivo de profesionales de la salud, de la medicina, de la enfermería, de la psicología, del trabajo social. También celadores. Y el personal administrativo de centros de salud y hospitales. Personal de las farmacias…
Pero no son los únicos; surgen también las fuerzas y cuerpos de la seguridad del estado, los trabajadores de los supermercados, panaderías y otros establecimientos donde nos nutren de los productos imprescindibles.



La lucha que nos volvió empáticos
Precisamente, cuando se nos obliga a estar solos y separados, somos conscientes de todo lo que nos estamos perdiendo cuando ninguneamos al otro, cuando nos mostramos egoístas, cuando nos mostramos huraños con nuestros vecinos o con quienes compartimos el transporte colectivo.
Parece que ahora se hace más visible que cada uno luchamos contra nuestras propias tempestades. Y nos sentimos más cerca de los demás. Más empáticos. Más proactivos. Afloran los comportamientos solidarios en los bloques de pisos, en los vecindarios. Para con las personas solas, con los desfavorecidos, los más vulnerables.
El valor de las buenas personas
Precisamente ahora, en este momento, se hacen visibles las buenas personas. Se hace patente el valor de la bondad; el valor de los destacados:
“En la vida, a veces, uno tiene la fortuna de encontrarse con personas destacadas. Se le identifica bien. Cuando hablan y también cuando guardan silencio y simplemente están.
Notamos que sobresalen. Pero por su bondad. Por su capacidad para enganchar, para sumar, unir, construir. Y lo hacen acariciando, con suavidad. Su voz suena casi débil, como si no quisiera casi sonar.
La opinión, su opinión, surge tranquila, sencilla, humilde, discreta. Casi sienten rubor al expresarla. Y resaltan la duda, la incertidumbre. La infalibilidad les da pavor, se escapan de ella. La arrogancia les entristece. Simplemente se van, o se callan. Están y miran, pero ya no están. Se han ido, con la mente, y con el corazón. Y, por supuesto, con el alma. Se han marchado. Aunque su cuerpo, su rostro y mirada estén todavía ahí.
Su presencia se hace notar. Pero es su capacidad para escuchar lo que llama la atención. Y encontrar el lado bueno de aquéllos con quien comparte rato, espacio, conversación, comida, café o paseo.
Viven, casi, de modo vicario, de la felicidad de los demás, de sus buenas sensaciones, de verles reír, sentir, asentir, vibrar, hablar, expresar, saltar. Saltar de alegría…
Viven, casi, de la alegría de aquéllos con los que camina. Y para ella. Porque quieren. Porque aman. Por su bondad. Y tranquilidad. Por la tranquilidad que dan, que trasmiten”.
Viviendo la convivencia. Educando en el respeto
En esas estamos. Pero no podemos quedarnos ahí. Es preciso asentar esta manera de ser y estar en el mundo; de interpretar la vida, de relacionarnos con los demás. De vivir la convivencia, esencialmente.
Es momento de apuntalar la ternura, el cariño, el afecto, el respeto, la fraternidad, la ayuda. Y, claro, es momento de trasladar esta forma de vivir a las escuelas.
Con proyectos participativos, con planes basados en el diálogo y el aprovechamiento de conocimiento. Con el protagonismo de nuestros alumnos. Con la educación en ciudadanía ética, democrática, pacífica y responsable.



Todos contamos, pero es el momento de los más vulnerables
Pero, no lo olvidemos. Todos y todas somos importantes. Pero pensemos especialmente en los más vulnerables, en lo desfavorecidos, en los que menos pueden y tienen.
La crisis nos traerá aspectos positivos en nuestra vida, pero va a dejar jirones de piel que no podemos ni imaginar.
Jose Antonio Luengo. Experto en convivencia. Madrid.
Jose Antonio Luengo Latorre es secretario de la Junta de Gobierno del Colegio de Psicología de Madrid, miembro de la Unidad de Convivencia de la Consejería de Educación y Juventud (Comunidad de Madrid).
Además, Jose Antonio colabora con Segureskola aportando contenidos al taller ‘Convivencia entre iguales y acoso escolar’.
Puedes seguir a Jose Antonio Luengo en Twitter o en su Blog Educación y desarrollo social.
Especialidad de Orientación Educativa. Miembro de la Unidad de convivencia y contra el Acoso Escolar de la Consejería de Educación y Juventud de la Comunidad de Madrid.
Necesitamos unos centros educativos seguros. Pero con sus puertas abiertas. Con sus aulas abiertas. Bien ventiladas y abiertas. Con las medidas de seguridad que sean precisas y ajustadas a las prescripciones sanitarias.
Una sociedad que se creía omnipotente, orgullosa, casi soberbia, de sus principio, valores y perspectivas. Poderosa, altiva y endiosada en su estilo, formas, normas y maneras.